La Colección

Mateo Enríquez

Tras la muerte del escultor Pedro de Bolduque le sucedió al mando del taller familiar, ubicado en Medina de Rioseco, su sobrino y oficial Mateo Enríquez de Bolduque. Enríquez había nacido seguramente en 1568 y se formó junto a sus tíos en el oficio de la talla, en un ambiente marcado por la influencia juniana.

Los primeros datos que poseemos de él hablan de un papel importante en el taller, como persona de confianza de Pedro de Bolduque, cobrando en su nombre obras segovianas como el retablo del Santo Sepulcro de Fuentepelayo (1588) o del Rosario en el convento de Santa Cruz de Segovia (1592). Pedro de Bolduque mantuvo su actividad intermitentemente entre Medina de Rioseco y Cuéllar, y junto a él aparece su sobrino Mateo. Hasta la muerte de Pedro de Bolduque, Mateo Enríquez desarrolla un papel secundario (sale como fiador en el retablo mayor de Santa Clara de Rioseco, 1593), sin embargo en esos años la avanzada edad de Bolduque hizo que poco a poco fuera tomando más protagonismo.

Así, se encargó de terminar el retablo mayor de Berrueces (1593) y todas las obras que no pudo concluir Bolduque por su fallecimiento (1596). A partir de entonces, como cabeza visible del taller familiar, su personalidad sale a flote. Paso procesional del Santo Sepulcro Su obra como artista independiente se localiza sobre todo en la zona de Medina de Rioseco y la comarca de Tierra de Campos.

Para este convento de San Francisco talló la figura yacente del doctor Mena y el retablo de su capilla, de la que sólo se conserva la primera (1598). Ese mismo año realizó el retablo mayor del convento de Santo Domingo de Villalón y la sillería del riosecano de San Pedro Mártir, conventos dominicos ambos, así como un paso procesional para Rioseco que representaba el tema de la Circuncisión, con cinco esculturas.

La gran actividad artística que en esos momentos experimentaba la ciudad de los Almirantes hizo que en pocos años se encargara de un buen número de obras en ella: en 1601 retocó el relieve de la Asunción y esculpió los profetas del retablo mayor de Santa María, iglesia para la que ejecutó el retablo de San Bartolomé (1604), hizo el retablo de la Virgen de Loreto en la parroquial de Santa Cruz (1605), e incluso intervino como perito en el proceso abierto por el milagro del Cristo de Castilviejo (18 de junio de 1602).

Acompañado por el ensamblador riosecano Andrés Crespo, acudió a Nava del Rey para hacerse con el contrato del retablo mayor de los Santos Juanes de aquella villa, obra que finalmente fue realizada por Juan de Muniátegui y Gregorio Fernández.

Precisamente este último gran escultor le traspasó en 1616 parte de la obra del retablo mayor del monasterio benedictino de Sahagún, encargo que probablemente dejaría sin terminar ya que Mateo Enríquez falleció seguramente en septiembre de 1616.

Otros encargos no pudieron ser atendidos, como un paso del Ecce Homo para Rioseco. De calidad a veces muy variable, dependiendo del tipo de encargo, es un escultor de estética fría y distante. Coloca a sus esculturas dentro de gruesos pliegues heredados de la estética juniana pero que son cada vez más pesados y secos. Sus rostros son hieráticos de ojos almendrados y finos labios, con una particular forma de tallar los cabellos.